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      (1932)

 

Xabier Lizardi

    (1896-1933)

 

Aunque muerto prematuramente, este poeta dejó una importante obra como prosista y como impulsor la poesía lírica. En sus versos tiene especial importancia el detalle de la naturaleza, que es el reflejo del ánimo del poeta. Trabajó su poesía como un orfebre de la lengua, buscando siempre la concisión expresiva y el trazo exacto. Si bien a veces su primera lectura resulta difícil, en sus poemas siempre surgen hallazgos deslumbrantes. Imitado por muchos y por nadie igualado, Lizardi abrió la puerta de lo que más tarde sería la renovación de la metáfora.

 

PAISAJE DE LAS ESTACIONES

        Xabier Lizardi , 1930

 

 

IV. Rojo arenal

 

Recorrí el verano —mar de fuego—

en nave de agradable sombra

que ahora me hace tocar fondo suavemente:

es un arenal rojo y desierto.

 

(Tiene el mar, en su lejano horizonte,

al cabo de una hirviente ría de oro,

un arenal —pura sangre al tardecer—

donde se oculta dulcemente el sol...)

 

Echo el ancla en el Atardecer,

pongo pie en el Otoño...

 

            * * *

 

Subo de nuevo a mi montaña,

a la memoria vienen amados recuerdos...

Madre Tierra se ha desprendido de sus frutos;

pálido tiene el rostro, nublados los ojos.

 

A la vera del poco frecuentado camino de carreta

aún se vislumbra, perezosa, la hiedra en flor.

Aquí y allá, sobre las flores ya lacias,

las mariposas sorben su néctar...

Rojas mariposas de ajadas alas:

como las que envejecen sin amar.

 

Me falta brío y subo penosamente,

sospecho que empiezo a envejecer.

El otoño me debilita el aliento,

la hojarasca delata mis pasos con descaro,

la cuesta me oprime el corazón...

Me tumbo más fatigado que en otros tiempos.

 

            * * *

 

Estoy frente a un hondo barranco.

La vertiente está poblada de matas y helechos:

antaño verde, el bosque amarillea;

algunas motas de helecho rojo.

Lo que antes fue una cumbre frondosa

hoy parece una mina de hierro.

¿Se habrá cubierto de herrumbre la tierra,

o es que la sangre se me sube a los ojos?

 

Corre un viento húmedo, molesto:

hace gemir a la tierra.

No hay rastro de insectos,

ni de sus zumbidos. Hace tiempo

que enmudeció Grillo el Poeta:

ahora lo ha hecho Cigarra la Holgazana.

 

¿A dónde váis, pajarillos, en bandadas,

tan presurosos por alejaros?

¿Acaso murió Ruiseñor el Amigo

y teméis

—temblor de alas—

llegar tarde a su funeral?

 

            * * *

 

¡Oh, qué triste

este decaer!

¡Nunca el día

se hiciese noche!

 

Se extingue la luz de las estaciones del año,

y en mi alma resuena el eco del pasado.

¡Volved a mí, épocas que ya se fueron,

tradme cada una vuestro don:

una, la esperanza; otra, la resurrección;

la tercera, la plenitud de la vida.

De todas vosotras precisa mi corazón,

pues el eco de mis viejos versos me da nostalgia del pasado.

 

      (Invierno)

Haz que vea, Señor, hoy y mañana,

la temblorosa flor de árgoma.

 

      (Primavera)

Que vea los copos del joven manzanal,

cuna de la primavera.

Que vea aquellas parcelas de trébol

ofreciendo jarras de vino.

Que oiga al olvidado poeta

en su palacio de tierra en medio del prado...

 

      (Verano)

Antes de alcanzar la cima en que me esperas

(¡porque la vida ez tan hermosa!),

haz, Señor, que navegue en el dorado mar inquieto,

y sea la sombra mi esbelta compañera.

 

      (Otoño)

Y haz, Señor, que en una mañana de otoño tardío

despierte plenamente en Tí.

 

 

Traducción: Xabier Lizardi / Koldo Izagirre

Versión original: URTE-GIROAK ENE BEGIAN

 

© Xabier Lizardi    

© Traducción: Xabier Lizardi / Koldo Izagirre    

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